Ni a los guionistas de Castle o de Bones se les ocurriría una historia tan enrevesada. Los investigadores de la Fiscalía General de Bogotá, en Colombia, acaban de desentrañar la compleja maraña que rodeaba un doble asesinato acaecido el 26 de enero de 2009.
Aquel día, la policía encontró los cadáveres de dos sacerdotes en el interior de un vehículo en la misma zona donde ejercían su labor pastoral. A ambos les faltaban todos sus objetos personales, por lo que se supuso que el móvil del asesinato había sido el robo. Sin embargo, a la fiscalía no le cuadraban los hechos y empezó a investigar.
Poco a poco fueron conociendo que los dos sacerdotes, Rafael Reátiga y Richard Piffano, íntimos amigos desde la universidad, habían realizado días antes un viaje hasta el Cañón de Chicamocha, un enclave natural espectacular, situado en el departamento de Santander, al noreste del país, para, supuestamente, despedirse ya que ambos habían nacido en sus alrededores. También conocieron que ambos párrocos declinaban cualquier compromiso que fuese posterior al 26 de enero, incluso el bautizo de un familiar que tendría lugar en febrero. Y averiguaron que uno de los curas traspasó todos sus bienes a su madre antes de la llegada de la fecha fatídica.
La fiscalía investigó las llamadas telefónicas efectuadas durante las semanas previas a su muerte y dieron con unos números que los condujeron a una banda de sicarios que no tardaron en confesar. Al parecer, los dos sacerdotes contactaron con ellos para que les asesinasen haciendo creer que se trataba de un atraco. Días antes les pagaron la mitad de lo pactado (7.000 euros en total) y el mismo día de los hechos les dieron el resto. ¡Asombroso!
¿Qué llevó a estos dos curas a cometer esta locura? Los investigadores de la Fiscalía lograron averiguar que frecuentaban locales gays de Bogotá vestidos de calle e intentando pasar desapercibidos y según todos los indicios, uno de ellos contrajo una enfermedad incurable (se especula con que fuera SIDA).
Nadie sabrá nunca los verdaderos motivos pero lo más lógico es pensar que los dos curas no quisieran decepcionar ni a sus familias ni a los feligreses que tanto les respetaban y decidieran acabar con sus vidas para evitar el escándalo. Lo sentimos, pero no lo lograron.
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