“Tuve orgasmos constantes durante cuatro
días. Pensé que me estaba volviendo loca. Intentamos de todo para que parara. Me ponía
en cuclillas, respiraba profundamente, me sentaba sobre guisantes congelados,
pero los orgasmos y la excitación sexual continuaron durante 36 horas. Debí
haber tenido alrededor de 200 orgasmos durante ese tiempo.” "Incluso he
llegado a tener orgasmos en público. Una vez viajaba en un tren y con cada
sacudida y vibración me iba sintiendo cada vez más excitada. Fue un viaje de 40
minutos y no pude hacer nada por evitarlo. Sólo pude morderme los labios y esperar que nadie se diera cuenta".
Quien cuenta esto es una inglesa de 44
años llamada Kim Ramsey y aunque muchos (y muchas) pensarán que su vida es de
color de rosa, la verdad es que sufre una de las enfermedades incurables más
desagradables. Kim padece un trastorno
de excitación genital permanente (TEGP) o Síndrome de Excitación Sexual Persistente (PSAS); una enfermedad por la que cada acto que
realiza a diario va acompañado por un orgasmo, lo cual, lógicamente, le impide
llevar una vida que se pueda considerar normal, siempre agotada, dolorida y,
muchas veces, avergonzada.
El más mínimo movimiento de la pelvis, ya
sea caminando por la calle, en el coche o haciendo las tareas del hogar, puede
provocarle un orgasmo. O lo que parece un orgasmo, ya que la sensación
experimentada durante el TEGP es totalmente ajeno a la líbido. Los médicos
achacan esta dolencia a una caída que tuvo hace diez años y que le causó un
quiste de Tarlov en su columna vertebral, justo en el punto donde se origina el
orgasmo de la mujer.
"Muchos hombres y mujeres no lo
entiende. Piensan que es una bendición
y, créanme, no lo es" afirma, ya cansada de su
enfermedad, Kim Ramsey.
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